El rey solía salir de paseo. Le gustaba caminar por una pequeña colina que se levantaba muy cercana a su castillo. Desde allí, podía observar casi todo su reino, que se extendía bajo sus pies y hasta donde le alcanzaba la vista. Después de muchos años practicándola, esta costumbre le producía gran satisfacción.
Aquella tarde, el rey hacía su habitual recorrido y se paró en lo más alto de la colina. Observó sus tierras y comenzó a pensar. A su izquierda se erigía el magnífico castillo que había heredado de su padre, una auténtica mole de aspecto señorial. A los pies de la fortaleza y bordeando la colina, una pequeña y tranquila aldea presentaba la pausada actividad de última hora de la tarde. El sabio monarca oteaba su dominio mientras reflexionaba. A cierta distancia del pueblo, discurría el pequeño río que atravesaba el país, alegre y brillante. Más allá, la luz del atardecer bañaba los campos fértiles, custodiados por antiguas casas rurales, y los exhuberantes bosques, que se alternaban hasta los confines del reino, únicamente interrumpidos por alguna que otra calzada de tierra y esporádicos asentamientos de tímida envergadura. Ante esta visión de paz y tranquilidad, el rey se sintió satisfecho, pero siguió cavilando reposadamente, estudiando el paisaje mientras la suave brisa le acariciaba la cara, a medida que el día se apagaba.
Entonces, después de mucho pensar, y cuando el sol regalaba ya sus últimos rayos, se dijo orgulloso:
- Aquí lo que falta es un centro comercial.
Aquella tarde, el rey hacía su habitual recorrido y se paró en lo más alto de la colina. Observó sus tierras y comenzó a pensar. A su izquierda se erigía el magnífico castillo que había heredado de su padre, una auténtica mole de aspecto señorial. A los pies de la fortaleza y bordeando la colina, una pequeña y tranquila aldea presentaba la pausada actividad de última hora de la tarde. El sabio monarca oteaba su dominio mientras reflexionaba. A cierta distancia del pueblo, discurría el pequeño río que atravesaba el país, alegre y brillante. Más allá, la luz del atardecer bañaba los campos fértiles, custodiados por antiguas casas rurales, y los exhuberantes bosques, que se alternaban hasta los confines del reino, únicamente interrumpidos por alguna que otra calzada de tierra y esporádicos asentamientos de tímida envergadura. Ante esta visión de paz y tranquilidad, el rey se sintió satisfecho, pero siguió cavilando reposadamente, estudiando el paisaje mientras la suave brisa le acariciaba la cara, a medida que el día se apagaba.
Entonces, después de mucho pensar, y cuando el sol regalaba ya sus últimos rayos, se dijo orgulloso:
- Aquí lo que falta es un centro comercial.
3 comentarios:
¡Ostras! Pues claro hombre, así se crea mucho empleo y se recalifica la zona.
¬¬'
I aquest blog es diu "pellets fecales de un ambientador"?? ;)
XDDDDDDDD. Genial.
Sí, cambia el nombre y mete algo así como paranoias de un rey sin supermercado.
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